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SIRVAN AL SEÑOR CON ALEGRÍA | San Pablo decía que el Evangelio es la medicina de la inmortalidad

Es por esa razón que debemos invitar a los demás a compartir esa medicina, en lugar de guardarla solo para nosotros

Queridas Hermanas y Hermanos en Cristo,

¿Qué pasaría si tuviéramos un medicamento que puede curar al mundo de algunas enfermedades como el cáncer y, en lugar de permitir que todo el mundo lo conozca, nos lo guardamos para nosotros?

Esa sería la cosa más egoísta, insensible e indiferente que podríamos hacer.

Y a menudo, eso es precisamente lo que hacemos cuando se trata del Evangelio. ¡Una relación viva con Jesús es la cura del pecado y la medicina para la vida eterna! Sin embargo, tendemos a guardarlo para nosotros mismos.

Durante las próximas cuatro semanas leeremos La Carta de San Pablo a los Romanos. ¡La Iglesia obviamente quiere que pensemos largo y tendido acerca de eso! Una de las cosas que San Pablo dice en esa carta es : “No estoy avergonzado del Evangelio. Es el poder de Dios para la salvación de todos los creyentes.” San Pablo cree que el Evangelio es la medicina de la inmortalidad. Él no puede, en buena conciencia, guardarlo para sí mismo. Él quiere que todos tengamos la oportunidad de tener esa medicina. ¿Nosotros también creemos eso?

¿Quién tiene la enfermedad para la cual el Evangelio es la cura? San Pablo lo responde en la carta a los Romanos: “Todos hemos pecado y hemos sido despojados de la gloria de Dios”. Todos tenemos la enfermedad. Jesús es la medicina. La fe es el medio por el cual recibimos la medicina — uno de los temas principales de los capítulos tres y cuatro de la carta a los Romanos.

Existe un deseo natural de compartir el descubrimiento de las cosas buenas. Eso aparece en toda clase de cosas ordinarias. Nosotros hemos escuchado una buena canción, hemos visto una buena película, y encontrado una aplicación útil o un buen restaurante, y nos transformamos en “evangelistas” — compartiendo las buenas nuevas con amigos, familia y aun con los extraños: “escucha esta canción”, “prueba esta aplicación”, “yo fui a ese restaurante y es realmente bueno — ¡trata de probarlo!”

Allí no hay presión, solo una invitación. Y, sin embargo, dudamos cuando se trata del Evangelio. ¿Por qué pasa eso?

En parte podría ser que nuestra relación con Jesús es la parte más íntima de nuestras vidas, y la modestia nos llama a proteger lo que es más íntimo, pero no pienso que esa sea la verdad completa por la que dudamos en compartir el Evangelio.

En parte puede ser que nos sentimos inseguros de compartirlo — no queremos ser agresivos. Podemos utilizar nuestra experiencia con otras buenas cosas que compartimos. Dé un testimonio: “Hola, hice esto, y fue realmente bueno”. Seguido con una invitación: “Pienso que deberías intentar probarlo”. Cuando se trata de restaurantes y películas, esa aproximación no es agresiva. Es simplemente abrir una puerta para alguien más — una puerta que posiblemente no sabía que estaba allí. Ellos todavía tienen que decidir si pasan por esa puerta. Lo mismo puede ser cierto en la manera en la que compartimos el Evangelio: Eso abre una puerta.

En el Evangelio de San Lucas, Jesús dice: “Les digo, cualquiera que me reconozca ante los demás, el Hijo del Hombre lo reconocerá ante los ángeles de Dios, pero a cualquiera que me niegue ante los demás será negado ante los ángeles de Dios.” Entonces, ¿qué sucedería si poseemos la medicina que puede salvar a la gente del pecado y la muerte y permanecemos callados?