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FRENTE A LA CRUZ | Nuestro viaje cuaresmal requiere perdón y sanación

De acuerdo a las lecturas de esta semana, hemos pecado. Lo que merecemos es un castigo. En lugar de eso, Dios nos ofrece misericordia y compasión.

Pero, ¿cuáles con las cualidades de la misericordia y la compasión? Cuando esperamos por ellas, ¿qué es exactamente lo que estamos esperando? Mientras más conozcamos al respecto, más conoceremos de qué se trata nuestro viaje cuaresmal.

Ciertamente, esperamos el perdón. Tal como lo pide el salmo del lunes: “Señor, no nos trates de acuerdo a nuestros pecados”. Pero, ¿esperamos que Dios nos perdone sin que cambiemos?

Martín Lutero utilizó una imagen para nuestra relación con Dios. Vio un montón de estiércol y observó como gradualmente se iba cubriendo de nieve. Según él, así es nuestra relación con Dios. Él cubre nuestros pecados.

Pienso que es una imagen desafortunada. No queremos permanecer como un montón de estiércol y simplemente hacer que Dios cubra las partes malas. La visión del evangelio es que, por la gracia de Dios, nos volvemos realmente diferentes. Jesús llama a una transformación real y promete trabajar con nosotros para que así sea. Esa transformación es una parte esencial de nuestra esperanza.

La compasión y la misericordia de Dios comienzan con el perdón, pero no terminan ahí. El sacramento de la penitencia refuerza esto. Cada una de sus cuatro partes — acto de contrición, confesión, absolución y penitencia — es un paso esencial hacia adelante, pero cada uno también llama al siguiente paso hasta que el proceso se completa.

Primero tiene que haber arrepentimiento, porque una disculpa sin dolor sincero no es más que palabras vacías.

Pero el dolor sincero no es suficiente. El estado interior llama por una expresión externa. El verdadero amor se expresa a sí mismo; igualmente así lo hace el verdadero dolor. Si bien es cierto que el sentir dolor es esencial, el arrepentimiento es superficial si no hay una expresión externa de nuestro dolor.

De manera que el arrepentimiento interno necesita ser combinado con un signo externo: la confesión. Cuando esto sucede, nos encontramos con el paso que da Dios hacia nuestro encuentro: la absolución. Una y otra vez, Dios nos ofrece perdón por nuestros pecados.

Pero el perdón no es el fin. Después de la absolución viene nuestra penitencia. Cuando cumplimos nuestra penitencia respondemos a la gracia del perdón. Tratamos de reconstruir, de alguna manera, lo que hemos dañado con el pecado.

A través de estos cuatro pasos del sacramento es que realmente comenzamos a cambiar. No somos un montón de estiércol cubierto de nieve. Al cooperar con la gracia de Dios nos transformamos realmente en una nueva criatura.

Así la estructura del sacramento de la penitencia nos enseña algo importante acerca de la compasión y misericordia de Dios.

La historia de la salvación nos enseña la misma lección. Jesús murió en la cruz por nuestros pecados. El regalo del perdón nos fue ofrecido antes de que tuviésemos ningún cambio en quién o qué somos. Así, san Pablo dice: “Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores.” Pero la historia no termina ahí. Jesús también nos envió el Espíritu Santo para que nos transformara. A medida que cooperamos más y más profundamente con el Espíritu, cambiamos gradualmente.

Así la historia de la salvación nos enseña algo acerca de la naturaleza de la misericordia y compasión de Dios.

El salmo 103 nos dice que el Señor es amable y misericordioso, pero vale la pena ponderar como es su misericordia. Comienza con el perdón para el pecador. Pero no termina ahí. No solo es perdón, es también sanación. Nuestro viaje cuaresmal, como nuestra esperanza, es acerca de ambos. 

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