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FRENTE A LA CRUZ | Llamados a respetar la dignidad humana de cada persona

Esta semana celebramos la solemnidad de San José — el padre adoptivo de Jesús y esposo de la Bienaventurada Virgen María. Quiero aprovechar la ocasión para referirme a algo en lo que he estado pensando desde hace un tiempo: el acoso sexual.

Mi hermana compartió conmigo una cita de la Hermana Diane Bergant, una religiosa de la Congregación de Santa Inés, profesora y autora: “El reino de Dios puede ser realizado por Dios solamente a través de ti y de mí. Cuando tratamos a las demás personas con ternura, hacemos llegar el reino de Dios. Cuando abrimos nuestros corazones a otros para que ellos encuentren seguridad en nosotros, hacemos posible vivir en armonía. Cuando apreciamos la vida, comenzamos a hacer de la paz una realidad.”

Tal como lo dijo la Hermana Diane, “Esto requiere que nos detengamos y reflexionemos en las siguientes dos preguntas: ¿Qué Verdad guía mi camino en esta vida? ¿De qué valores doy testimonio con mi vida?’ “

Como gente de fe, somos llamados por Jesucristo a vivir el gran mandamiento — amar a Dios con todo nuestro corazón y al prójimo como a nosotros mismos. Somos llamados a respetarnos los unos a los otros ya que somos hechos a imagen y semejanza de Dios, como hijos de nuestro Padre. Esta verdad es un hecho y es la base de todos los derechos humanos — y no deja espacio para el acoso sexual.

Toda vida tiene valor desde el momento de la concepción hasta su muerte natural. No está bien denigrar, burlarse, devaluar, irrespetar, explotar sexualmente o acosar sexualmente a ningún segmento de nuestra sociedad.

Tal como nos lo recuerda el Papa Francisco, somos llamados a mostrar amor y compasión a todos los seres humanos. Nuestras acciones y nuestras palabras son importantes. Tienen el potencial de denigrar a otros y a nosotros mismos.

Si nos alarmamos cuando las personas se refieren a un niño antes del nacimiento como a un feto, y no como un ser viable por sí mismo, para racionalizar el aborto — y esto debe horrorizarnos — necesitamos también indignarnos cuando los hombres o mujeres son tratados como objetos para defender el asalto sexual y el acoso sexual. Nunca está bien culpar a la víctima o tolerar ese comportamiento, o pensar que comentarios acerca del peso o las miradas o incluso el comportamiento sugestivo están bien.

Avances sexuales no deseados, solicitud de favores sexuales y otras conductas verbales o físicas de naturaleza sexual constituyen un acoso sexual cuando esta conducta afecta explícita o implícitamente el empleo, o crea un ambiente de trabajo o estudios intimidante, hostil u ofensivo. No hay lugar para esto en la Iglesia. Esto va contra el hecho que cada persona es creada a la imagen y semejanza de Dios y debe ser tratada con respeto.

Evidencias del Centro Nacional de Recursos para la Violencia Sexual muestra que una en tres mujeres serán víctimas de acoso sexual en algún momento de su vida. Existe una evidencia creciente de un mayor número de delincuentes mujeres y menores de edad entre los perpetradores de abuso sexual. Más aun, pienso que tenemos que preguntar si hay evidencia que el acoso sexual puede llevar al aumento de otros crímenes de violencia sexual, tales como la violencia doméstica. La situación es grave.

Permítanme insistir: no hay lugar para el acoso sexual en la Iglesia. Justamente, así como la Arquidiócesis tiene en efecto la política “Protegiendo a los niños de Dios”, también tenemos políticas que abordan la dignidad en el sitio de trabajo. Animo a cualquier persona que trabaje en la Arquidiócesis de St. Louis — a cualquier nivel — a reportar cualquier incidente de acoso sexual a través de nuestros Departamentos de Recursos Humanos en Catholic Charities, la Oficina de Educación Católica y el Centro Cardenal Rigali.

San José fue modelo de castidad. Que este ejemplo nos sirva de inspiración y sus oraciones nos protejan mientras buscamos ponerle fin al acoso sexual. 

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