FRENTE A LA CRUZ | Decir la verdad también requiere evaluar cómo es recibido el mensaje
Nuestro deber con el octavo mandamiento — No mentirás — es fascinante. El primer nivel es obvio, aunque no siempre es fácil: debemos hablar con la verdad. Sin embargo, las lecturas de esta semana nos iluminan a un nivel más profundo.
Fijemos nuestra reflexión en el discurso de San Pablo en el Areópago, el cual oiremos el miércoles.
El Areópago era un lugar para la discusión y el debate público. Pablo dio un mensaje sofisticado, bien razonado, adaptado a la cultura de la época, finalizando con la verdad acerca de la resurrección de los muertos. Y simplemente fracasó. Los corazones de la multitud no se conmovieron. ¿Qué hizo Pablo? El no prolongó una conversación que no estaba dando buenos frutos. Viendo que el Espíritu Santo no conmovía sus corazones, se retiró.
Compárelo con la lectura del lunes. Una mujer llamada Lydia oyó a Pablo hablar “y el Señor abrió su corazón para que pusiera atención”. Ella y su familia fueron bautizados. La proclamación dio buenos frutos, así que Pablo permaneció con ellos.
En las lecturas del martes, Pablo y Silas estaban en la cárcel, y el carcelero preguntó: “¿Qué debo hacer para salvarme?” Cuando escuchó el Evangelio, el corazón del carcelero se abrió. Él y sus familiares fueron bautizados. Nuevamente: la proclamación dio buenos frutos, así que Pablo se quedó con ellos.
Después Pablo dejó el Areópago, y se fue a Corinto. ¿Qué predicó allí? No la sabiduría de la filosofía griega sino la simple verdad de la cruz. ¿Cómo era recibido este mensaje? El Espíritu Santo abrió los corazones de los corintios, y dio frutos extraordinarios. No solo Pablo se quedó con ellos, sino que les escribió al menos dos cartas, que están en el Nuevo Testamento.
¿Qué nos enseñan estas lecturas acerca de nuestro deber hacia el octavo mandamiento?
Ademas de pedirnos que hablemos con la verdad, el octavo mandamiento nos pide que pongamos mucha atención en cómo la verdad es recibida. Algunas veces el Espíritu Santo prepara el corazón para que dé la bienvenida a la verdad. Entonces, como San Pablo, se supone que nos quedemos. Otras veces el corazón de la persona no se abre a la verdad, o no en el momento, o no para nosotros. En este punto insistir con mayor fuerza — como si las personas fueran clavos, y que martillando lo suficiente cederían — ya no sirve para construir en ellos la verdad. Entonces, como lo hizo San Pablo, está bien que nos retiremos.
Nuestro deber con el octavo mandamiento no requiere que continuemos llenando “los buzones de comentarios” en una página web para hacer llegar nuestro punto de vista. Aun cuando sabemos que lo que estamos diciendo es la verdad, algunas veces necesitamos esperar que el Espíritu Santo nos prepare el terreno.
Consideremos el ejemplo de Jesús. En el evangelio de esta semana, Él dice: “Yo tengo mucho más que decirles, pero ustedes no pueden asimilarlo ahora. Sin embargo, cuando Él venga, el Espíritu de verdad, Él los guiará a toda la verdad”. Aun cuando Jesús es la verdad en sí mismo, Él sabía que los discípulos no estaban listos para oír ciertas verdades. Él tuvo la voluntad de esperar que el Espíritu Santo preparara sus corazones, para que así pudieran recibir la verdad que Él quería enseñarles.
Por lo tanto, cuando se trata de nuestro deber con el octavo mandamiento, después de hacernos la primera pregunta — “¿Lo que estoy diciendo es verdad?” — necesitamos hacernos más preguntas: “¿Cómo está siendo recibida esta verdad? ¿Es tiempo de quedarnos? ¿O es tiempo de retirarnos?”
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