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FRENTE A LA CRUZ | La Iglesia se construye con “piedras vivas”

Cada uno de nosotros juega un papel importante concretando la bondad del Señor

Esta semana celebramos una serie de santos extraordinarios. Juntos, nos enseñan algo importante acerca de lo que significa ser “piedras vivas” en la Iglesia.

El 30 de septiembre celebramos la fiesta de san Jerónimo, un gran erudito de la biblia. A nivel humano se le consideraba un poco gruñón, pero él puso sus dones a trabajar al servicio de la Iglesia: él tomó una gran cantidad de tiempo y de energía para estudiar la biblia en su lenguaje original y la tradujo al lenguaje de la gente común.

El primero de octubre celebramos a santa Teresa, la Pequeña flor, una gran maestra de la vida espiritual. En cuanto a su personalidad humana ella fue conocida por su carácter suave y decidido. Ella dedicó una cantidad enorme de tiempo y energía en la oración, y soportó el sufrimiento con gran paciencia. Decía que quería pasar su cielo haciendo el bien en la tierra.

El 4 de octubre celebramos a san Francisco de Asís. Dotado con una personalidad difícil de resistir, atrajo un gran número de seguidores, pero no era muy bueno como administrador. Aun así, él ayudó a reconstruir la Iglesia — no con ladrillos y argamasa, no con poder y políticas, sino siguiendo el Evangelio con una sencillez radical y una alegría contagiosa.

Finalmente, el 5 de octubre celebramos al beato Francisco Javier Seelos ¡Casi nadie sabe quién es él! Sin embargo, el caminó entre nosotros: fue un sacerdote redentorista que predicó en una misión de dos semanas en la parroquia Santa María de las Victorias, en el siglo XIX.

¿Que nos enseñaron estos hombres y mujeres acerca de ser piedras vivas en la casa del Señor? Bueno, en principio, no fueron santos que “encajaban en el mismo molde”. El viejo erudito gruñón, la joven y dulce niña, el joven impulsivo, y el pequeño sacerdote poco conocido que predicó en nuestro patio trasero son todos muy diferentes, tanto en sus personalidades humanas como en sus carismas sobrenaturales.

Y esa es la gran lección para nosotros. Podemos invertir mucho tiempo y energía comparándonos unos a otros, pero usualmente serían tiempo y energía malgastados. No tiene sentido comparar una gran taza de café con una gran copa de vino, o una gran pieza musical con una gran novela. Dios le da a cada uno su propia clase de bondad.

Lo mismo hizo Dios con los santos. Cada uno de ellos es el reflejo de un aspecto particular de la bondad infinita de Dios, y hace que esa bondad se concrete en el mundo. Como dijo una vez C.S. Lewis, los santos son como las frutas: mientras más perfecta es una fruta, más diferente es de las demás.

Lo mismo pasa con nosotros. En lugar de compararnos con los demás, ahorremos nuestro tiempo y energía para la única pregunta que realmente importa: “Señor, ¿cómo puedo ayudar con los dones únicos y circunstancias que tú me has dado y hacer que tu bondad se concrete en el mundo el día de hoy?”

Mientras más nos concentremos en esa pregunta — escuchando profundamente y respondiendo generosamente a lo que el Señor nos pide — mayor será nuestra transformación en las piedras vivas que Él quiere que seamos: diferentes los unos de los otros, sin duda, pero actuando perfectamente en las circunstancias que Él nos da.