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FRENTE A LA CRUZ | Las historias de la biblia pueden convertirse en el modelo de nuestras vidas

Una investigación reciente mostró que las personas entre 18-33 años revisan su teléfono 85 veces al día. El tiempo total que invierten es de aproximadamente 5 horas.

Más que señalar a los adultos jóvenes, esto debe plantear interrogantes para todos nosotros: ¿Cómo gastamos nuestro tiempo y energía cada día —y hay una mejor manera de hacerlo?

En el evangelio del lunes, Jesús nos dice: “Cualquiera que ama a su padre o a su madre o a su hijo o hija más que a mí no es digno de mí”. Por extensión, podemos preguntar: ¿cuánto tiempo y energía gastamos viendo televisión (y hablando con otras personas acerca de eso), escuchando programas de radio (y poniéndonos nerviosos), escribiendo en Facebook, o siguiendo mi equipo soñado de béisbol? ¿Podría haber mejor uso de ese tiempo y energía?; ¿y podría esto significar hacer mi tiempo y mi energía dignos de Jesús?

Jesús nos da otro ángulo de la pregunta cuando dice: “Vengan a mí, todos los que trabajan y están sobrecargados, y yo les daré descanso. Tomen mi yugo sobre ustedes…. porque mi yugo es fácil y mi carga ligera.”

Cuando le hablamos a otros acerca del tiempo, la política o las últimas noticias, ¿el yugo de esta atención es ligera o pesada? Esto quiere decir: ¿deja esto a cualquiera más fresco y con mayor energía, o más desgastado y agobiado? Pensemos acerca de lo que ocupa nuestro tiempo y energía, y si esto nos da vida o nos la quita. Si lo hacemos, podemos descubrir una invitación de Jesús para poner nuestro tiempo, energía y atención bajo un nuevo yugo.

La cruz

Esta semana comenzamos una serie de lecturas acerca del éxodo. En cada giro se ilumina la ley de la cruz — la conexión entre sufrimiento y florecimiento, entre muerte y resurrección.

Los egipcios comenzaron a oprimir a los israelitas; cada acto de opresión llevó a israel a un mayor florecimiento. El faraón ordena la muerte de cada niño varón nacido a israel, lo que dio como resultado que Moisés fuese criado en la familia del propio faraón. Dios le revela su nombre a Moisés. Ya que los antiguos hebreos pensaban que conocer el nombre de alguien les daba poder sobre él, esto fue un tremendo acto de vulnerabilidad: Dios se entregó a sí mismo en las manos de su pueblo. 

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